Christian Bagnat
TROIKA, HOSPITAL, MAMÁ
26 FEB – 4 MAR 2016 // Pincha aquí para ver fotos.
Una multitud de tazas flotan en el cielo como una constelación. Debajo hay un embalse cuyo dique parece a punto de rebasar. Del otro lado los órganos internos de un torso humano aparecen. En el espacio que ocuparía el cráneo, una docena de ojos están abiertos. Mas allá, una cabeza se encuentra reposando al lado de un templo de la antigua Grecia, tanto la una como el otro tienen dimensiones similares. En este gran dibujo sobre chapa de metal negra, el existencialismo y lo fantasmagórico conviven, tensando el espacio compartido. Las tazas y la cabeza nos recuerdan las preocupaciones filosóficas de la denominada escuela de los cínicos que, al deshacerse de las convenciones sociales buscaban vivir con lo mínimo para remodelar mente, cuerpo y entorno.
Los dibujos de Christian Bagnat (Argentina, 1971) nos presentan una topografía del desplazamiento. En estas obras, hechas con el vigor y la sutileza de un boceto, lo acabado y lo perfecto no tienen importancia. Todo está en transformación. Cada escena es una transición de un espacio a otro.
Desde que la revolución industrial provocó un continuo éxodo rural hacía las megalópolis, se han generado a la par una multitud de zonas periféricas. Como residente de Cuenca en España, una localidad en donde la urbe es demasiado pequeña para ser una ciudad y demasiado grande para ser un pueblo, Christian Bagnat está atento a las particularidades que diferencian a cada una y a las tecnologías que las unen. La reducción y el paradójico aumento de las distancias provocado por las telecomunicaciones yuxtapone estados mentales diferentes. En estas agudas distorsiones espaciales, el trabajo de Christian Bagnat retrata la topografía subvertida de un mundo en permanente colisión.
A este éxodo rural, se suma la inmigración planetaria. Grupos de personas abandonan sus países para iniciar un viaje sin retorno. Acomodándose con lo mínimo a su nueva situación, un estado intermedio se hace permanente. En estas obras, se puede observar un cuerpo moldeándose contra el canto de una cama o a una mujer desnuda sobre un sofá enfrentándose a un roca. La soledad y la alienación habitan estos espacios. Haciendo un paralelo con Diógenes de Sínope que, al querer deshacerse de todo tipo de bienes materiales dormía en un barril, el espacio habitado es una extensión del cuerpo y de la mente. Las figuras dibujadas están rodeadas por el vacío. Éste provoca una sensación de ingravidez, un “tiempo suspendido”[1] (Stehende Zeit), una fórmula que Heidegger profundizó como un estado para “presenciar el presente.”[2]
A veces, en el horizonte de sus dibujos nos encontramos con contenedores y chimeneas industriales. Son cementeras. Christian Bagnat se vale de estos lugares para hablarnos de lo fluido y de lo sólido. Ya sean partes del cuerpo, órganos de iglesias, puentes, diques, pilares, sillas o puertas, cada elemento es un canalizador de energías. En la cotidianidad, nos relacionamos con ellos como si existieran por separado. Al ser una suerte de meta esqueletos, estos trabajos muestran como la interdependencia de lo interior y de lo exterior, de lo individual y de lo colectivo o del objeto y del sujeto están arrastrados por una fuerza centrífuga.
Christian Bagnat utiliza el color de varias maneras. El fondo monócromo refleja un estado de ánimo especifico, como cuando la piel de una persona tiene tonos verdes al estar enfermo, o azul por el frio. Otras veces, pide a algunos inmigrantes en Cuenca que preparen un color que les recuerde su lugar de origen. Para esta exposición, una parte de la sala está pintada del color que dos hermanas de 9 y 13 años recuerdan de la casa de sus abuelos en Paraguay. Esta práctica provoca una situación heterotópica “capaz de yuxtaponer en un mismo espacio real, varios espacios, varios sitios, que son en sí mismo incompatibles.”[3]
“Troika, Hospital, Mamá” funciona como una muñeca rusa. En estas tres palabras, el cuerpo adquiere distintas proporciones. La Troika es una súper estructura institucional en manos de pocos individuos. Controla terrenos sociales y naturales a nivel planetario. El Hospital es una escala intermedia. El edificio promete cuidar del cuerpo. Es un espacio critico en donde se repara el interior para poder funcionar en sociedad. La palabra Mamá es el primer lugar del ser, el origen, una zona de seguridad. A esta escala, el ritmo químico y biológico se armoniza con su entorno. Dentro de esta esfera íntima el ser humano se proyecta hacia el exterior. Con “Troika, Hospital, Mamá.” se actualiza la trinidad Judeocristiana. La exposición incluye una pequeña capilla de arcilla. Entre sus tres paredes, encontramos un espacio vacío, una oportunidad para observar el presente, un refugio de las fuerzas que nos modulan.
Antoine Henry Jonquères, Madrid