La llamada del destino
Obras
Artistas
Dare Dovidjenko (Croacia, 1949) / Olafur Eliasson (Dinamarca, 1967)
Dora García (España, 1965) / Jonathan Hernández (México, 1972)
Eduardo Hirose (Perú, 1975) / Kaoru Katayama (Japón, 1966)
Rogelio López Cuenca (España, 1959) / Jorge Macchi (Argentina, 1963)
Pascale Marthine Tayou (Camerún, 1967) / Adrian Paci (Albania, 1969)
Pratchaya Phinthong (Tailandia, 1974) / Danh Vō (Vietnam, 1975)
Texto
“Yo antes quería ser los otros para conocer lo que no era yo.
Entonces entendí que yo ya había sido los otros y que eso era fácil.
Mi experiencia más grande sería ser el otro de los otros: el otro de los otros soy yo.”
Clarice Lispector, La experiencia más grande
Junto con el viento que pasa por la ciudad, el sonido de una campana se desplaza hasta los oídos. En el momento que llega al consciente, desvía el pensamiento y abre un paréntesis. Dentro de él, emoción e intuición se encuentran. Aunque hay una sola trayectoria directa que conecta al emisor con el receptor, existen infinidad de recorridos alternativos entre los dos puntos. Es un viaje como otro cualquiera: se parte de un lugar para transitar por terrenos desde los que el origen y el destino parecieran detenidos en el tiempo.
Los trabajos de esta exposición son el fruto del azar en el desplazamiento. En el camino, los obstáculos y los encuentros fortuitos han provocado desvíos que obligan a reposicionarse. Un territorio se ha superpuesto a otro y se hacen necesarios nuevos instrumentos de navegación para interpretar estas coordenadas y descifrar su topografía.
Enfrentarnos a estas obras nos hace cómplices de estos viajes y nos convierten en parte del azar. La física cuántica estipula en el principio de incertidumbre que es imposible medir la velocidad y ubicar a una partícula sin modificarla: como testigos de este viaje continuo, nuestra posición ante las obras alterará también su recorrido.
El destino nos llama desde geografías estáticas y avanza hacia geografías cambiantes. Frente a él nos hallamos con la incertidumbre del viaje y la certeza del encuentro con nosotros mismos.