Más sobre Una tarjeta para J.R. Plaza
Además del archivo iconográfico, Bonillas heredó de su abuelo dos tomos de una enciclopedia de cine y una cartera de piel, en la que Plaza guardaba una curiosa colección de recuerdos y documentos que consideraba realmente importantes: la garantía de su navaja suiza, las instrucciones de un proyector de diapositivas, una fotografía de su clase de segunda enseñanza y, lo que aquí interesa, una cartulina negra en la que pegó todas las tarjetas de presentación que coleccionó a lo largo de su vida, en su paso por distintos puestos y empresas. Entremezcladas se encuentran, no obstante, algunas tarjetas más, también de presentación pero ya no corporativas, sino diseñadas y mecanografiadas por él mismo, quién sabe con qué propósito, al parecer con datos totalmente ficticios.
Esta fascinante mezcla de realidad y ficción, inspiró a Bonillas a realizar esta obra, en la que los trabajos imaginarios son acompañados de distintos retratos en los que se ve a Plaza desempeñando una acción ilustrativa del cargo enunciado. La búsqueda de los pares fotográficos, llevó de paso al artista a una conclusión acerca de la naturaleza de los centenares de retratos del abuelo dentro del archivo: solo es posible contar con tal cantidad de fotografías propias si uno mismo se las procura, de otra manera, resulta inexplicable que Plaza sea la figura decisivamente central de su colección. Se le hizo evidente entonces que la tarjeta de presentación del trabajo al que Plaza más dedicación le puso en su vida, aun sin ser del todo consciente de ello, no podía ser otra que la de “autorretratista”. Y así fue que decidió añadir esa tarjeta a la colección de su abuelo.