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Uno de los rasgos característicos del archivo fotográfico de J.R. Plaza es que prácticamente no cuenta con imágenes en las que no aparezca alguna figura humana, aunque sea a lo lejos. Las colecciones de familia suelen privilegiar, por mucho, el retrato individual o las escenas de grupo al paisaje o la arquitectura. Por ello llamó especialmente la atención de Bonillas encontrar entre las páginas de los álbumes dos imágenes, ambas en blanco y negro, que parecían salidas de una colección distinta a la de su abuelo: una toma abierta del desierto (posiblemente el de San Luis Potosí, en México) y una vista de la Ciudad Universitaria (ubicada en el Distrito Federal).

En principio, se trataría entonces de un trabajo con el que se busca abordar el viejo binomio urbe-naturaleza (el conflicto entre lo que está construido y ordenado por el hombre y lo que no lo está; o la obsesión del hombre por llenar todo lo que se le presenta “vacío”, desierto —el horror vacui). Y para ello, el artista tomó como punto de partida este par de imágenes del archivo en donde la ciudad y el paisaje aparecen inmejorablemente representados: por un lado, en la Ciudad Universitaria (cima del urbanismo mexicano) y, por otro, en el desierto (colmo de la vaciedad). A partir de ahí, se dedicó a reunir 80 imágenes (el número de casillas del carrusel de un proyector) que le permitieran ahondar en esta relación antagónica.

No obstante, en una segunda lectura, Ciudad y paisaje es también una reflexión acerca de la fotografía como un medio cuya identidad depende de la tensión entre la imagen única y la secuencia: su reproductibilidad. El desdoblamiento, no obstante, no está dado aquí por el negativo: matriz infinita. No, aquí son otras imágenes las que vienen a hacer eco de la visión original, como si la fotografía, más que por la sucesiva reproducción, funcionara por medio de una suerte de regeneración que lleva a la imagen —en una suerte de viaje de reconocimiento de sí misma— a su estado más destilado. Y en este caso, por partida doble: conforme se suceden los distintos paisajes naturales y los diversos edificios del campus universitario, se hace cada vez más evidente que más que las dos caras de una moneda, lo que vemos son dos posibilidades de un mismo paisaje: ahora vacío, ahora lleno.