Más sobre Martín-Lunas
Al espectador atento no le pasarán inadvertidos los puntos negros que asaltan estas imágenes. Rotulados sobre la emulsión de muchas de las diapositivas del Archivo J.R. Plaza, están ahí por una razón: cubrir el rostro de alguien; la misma persona siempre. ¿Quién es ese hombre que aparece aquí decapitado? Más aun, ¿quién pudo haberse tomado la molestia de excluirlo tan puntualmente de esta colección de más de 800 diapositivas?
El retrato de una persona no es nada más una representación o la memoria gráfica de un momento sucedido en el tiempo. Tampoco es sólo una metáfora o el camino para construir o poner en marcha una narrativa mítica. Es también un centro de fuerzas simbólicas que, en ciertos casos, puede conjurar un mal o servir como instrumento de tortura. Las manchas negras tienen aquí una función precisa: ocultar a Antonio Martín-Lunas, mejor amigo de Plaza y figura central de lo que en México llegó a conocerse como “el escándalo del exilio” (un lío de faldas que, para desgracia y deshonra de Plaza, involucró a sus dos hermanas). Los tachones son, entonces, a la vez, un abismo en la superficie y una sobre-presencia, que convierte a Martín-Lunas, el hombre que ha cometido traición y debe expiar su culpa estando sin estar, en centro inequívoco de gravedad de las imágenes.
Para Bonillas era claro lo que había que hacer con esas diapositivas: sacarlas a la luz y volverlas un retablo a la contradicción que descansa en las imágenes, todas tomadas en momentos de aparente fraternidad y no obstante atravesadas por la catástrofe. Una mirada retrospectiva que reúne el tiempo de la foto y el tiempo de la deslealtad, haciendo parecer entonces que los amigos que se encuentran alrededor de Martín-Lunas, sonríen como si fueran conscientes de la buena suerte que han tenido de hacerse compañía y desterrar juntos a la soledad que acecha. El ofendido también se encuentra allí, dominante y de garbo elocuente, sin sospechar lo que habrá de acontecerle en el futuro.