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Con estos dibujos Bonillas vuelve al asunto de Martín-Lunas, pero esta vez no lo hace a partir de las diapositivas en las que J.R. Plaza se encargó de borrar el rostro de su amigo con un rotulador negro, sino recurriendo al archivo de impresiones fotográficas, en el que Martín-Lunas, una presencia constante en las páginas de los álbumes, va desapareciendo, primero, gracias a las tijeras de Plaza y, después, a las vueltas de la vida, que terminan por dejarlo fuera del recuento familiar.

Lo primero que hizo Bonillas con estas imágenes mutiladas fue delinear con un lápiz las siluetas, para conseguir un primer grupo de dibujos que recuerdan mucho a los trazos de clarión sobre el piso que rodean el cuerpo de la víctima en el lugar de los hechos. En efecto, estas líneas de grafito también están ahí para marcar el perímetro de un ausencia.

En un segundo momento, el artista recurrió a la técnica de los viejos fotogramas (por la cual se obtiene una imagen sin el uso de una cámara, mediante la colocación de un objeto sobre una superficie fotosensible y la posterior exposición a la luz directa) y con ella realizó una nueva serie de dibujos, ahora fotogénicos, que de algún modo son las fotografías —las huellas— de la ausencia de otras fotografías.

Con esta serie, Bonillas continúa, a la vez que niega, lo comenzado por J.R. Plaza al recortar a su cuñado de las fotos: desaparece, al menos en parte, la imagen fotográfica pero al desaparecer genera una nueva imagen: en este caso, un dibujo incidental que el artista vuelve consciente y lleva al extremo. Más que imágenes, quizá habría que decir que se trata de un sistema fantasmático, a través del cual quedan estrictamente catalogadas las distintas desapariciones de Martín-Lunas.