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Más sobre El imitador de voces

En el centro histórico de la ciudad de México, en la Plaza de Santo Domingo, existen, todavía, personas que ejercen el oficio de escribientes o copistas: producen todo tipo de documentos con máquinas de escribir que caben en un modesto cubículo. Aún es posible escuchar a gente dictar cartas de amor al vuelo, mientras los copistas, a toda velocidad, transcriben lo recitado.

El cuento de Thomas Bernhard, El imitador de voces, sirvió inmejorablemente a Bonillas —por su contenido y extensión— para llevar a cabo una acción muy puntual: pedirle a cada uno de los amanuenses de Santo Domingo que realizaran una copia exacta del texto, tanto en el alemán original como en su traducción al castellano. Un texto que sin duda invita a pensar en la idea de lo original y la copia.

Aquí, cada copia, es decir cada imitación del texto, presenta distintos errores y alteraciones singulares de la versión primigenia. Puede decirse incluso que la artesanía de los copistas de la plaza de Santo Domingo reside precisamente en esos errores, que hacen de cada copia un original.

La pregunta sugerida por el relato de Bernhard, sobre si puede el imitador de voces fingir su propia voz, ha sido trasladada al contexto de la escritura: ¿puede el escriba imitar su propio estilo? Confrontado con el texto de Bernhard, cada copista, nos dice Manuel Cirauqui, “parece responder a éste de modo subliminal e involuntario. El imitador es parásito de una autoría que no posee, y sólo a través de ella es capaz de manifestar su paradójico arte: la buena copia es, por norma general, la que no puede ser reconocida”, la imitación perfecta de la voz ajena. Pero la disposición de las copias desiguales en El imitador de voces permite observarlas justamente como copias o versiones del texto original.

Cada una de las copias hechas por los escribientes aparece acompañada de su propia copia (la copia de la copia) y del papel carbón que la hizo posible. Una demostración, quizá, de que la originalidad es una utopía difícilmente alcanzable, pues las más de las veces estamos frente a imitaciones, revisiones, desciframientos, apropiaciones y reinterpretaciones que buscan singularizarse del modo más imprevisible que quepa. Quizá sólo a eso pueda aspirarse. ¿Acaso un artista no es, a final de cuentas, una suerte de imitador de voces? ¿No lo es Plaza mismo?