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Más sobre Canto VI

—¡Ay de mí! ¿Qué hombres deben de habitar esta tierra a que he llegado? ¿Serán violentos, salvajes e injustos, u hospitalarios y temerosos de los dioses?

(…)

—¡Deteneos! ¿Adónde huís? ¿Pensáis acaso que sea este hombre un enemigo? No hay ni habrá nunca un mortal terrible que venga a hostilizar la tierra de los feacios pues a éstos los quieren mucho los inmortales. Vivimos separadamente y nos circunda el mar alborotado; somos los últimos de los hombres, y ningún otro mortal tiene comercio con nosotros. Este es un infeliz que viene perdido y es necesario socorrerle, pues todos los forasteros y pobres son de Zeus y un exiguo don que se les haga les es grato. Así, pues, esclavas, dadle de comer y de beber al forastero, y lavadle en el río, en un lugar que esté resguardado del viento.

Odisea, Canto VI.
En nuestro siglo la hospitalidad ha sido desplazada por la hostelería; cuando encontramos la palabra en letra impresa o la escuchamos en boca de alguien, aparece siempre en el contexto de la oferta mercantil: ya sea el paquete vacacional, el servicio hotelero o el trato que nos dispensa la azafata. La hospitalidad se ha vuelto una mercancía, de lujo por cierto, un servicio que se provee cuando se paga al contado o, mejor aún, cuando se garantiza con el voucher firmado de una linajuda tarjeta de crédito. En este mundo del intercambio económico quedamos desprotegidos si carecemos del escudo de American Express o MasterCard. Nuestro único resguardo es el saldo de nuestro plástico.

Héctor Zagal y Julián Etienne, Sobre la Hospitalidad